«¿Qué puede esperarse de un hombre? Cólmelo usted de todos los bienes de la
tierra, sumérjalo en la felicidad hasta el cuello, hasta encima de su cabeza, de forma que a la superficie de su dicha, como en el nivel del agua, suban las burbujas, déle
unos ingresos que no tenga más que dormir, ingerir pasteles y mirar por la
permanencia de la especie humana; a pesar de todo, este mismo hombre de puro
desagradecido, por simple descaro, le jugará a usted en el acto una mala pasada.
A lo mejor comprometerá los mismos pasteles y llegará a desear que le sobrevenga el
mal más disparatado, la estupidez más antieconómica, sólo para poner a esta situación
totalmente razonable su propio elemento fantástico de mal agüero.
Justamente, sus ideas fantásticas, su estupidez trivial, es lo que querrá conservar...»
Estas palabras proceden de la pluma de un hombre, que Friedrich Nietzsche
consideraba el más grande de los psicólogos de todos los tiempos: Feodor Mijailovich
Dostoievski. En realidad sólo dicen, bien que en un tono más elocuente, lo que la sabiduría
popular sabe desde siempre: no hay nada más difícil de soportar que una serie de días
buenos. Ya es hora de acabar con los milenarios cuentos de viejas que presentan la felicidad, la dicha, la buena fortuna como objetivos apetecibles. Demasiado tiempo se ha tratado de convencernos -y lo hemos creído de buena gana- de que la búsqueda de la felicidad al fin nos deparará felicidad.
Introducción del libro de PAUL WATZLAWICK
EL ARTE DE AMARGARSE LA VIDA
miércoles, 4 de agosto de 2010
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